Estoy sentado en una mesa para uno en un casino de un pueblo minero a las 13.
Me dijeron es el mejor lugar al que podía ir a almorzar.
Esta casi lleno de comensales. Todos hombres menos dos.
El personal de atención de las mesa del local todas mujeres.
Todos, comensales y atendedoras, con ropa de calle .
Ninguna corbata. Ningún veston (excepto el mío) . Ningún zapato de salida lustrado.(excepto el mío).
El menú: cazuela de vacuno cuyo olor, apetitoso, impregnaba el recinto. Opción dos : carne asada con arroz y ensalada.
Los recién llegantes que pasaban a mi lado , todos, recitaban automáticos “buen provecho”. Yo: replicantes automáticas “Gracias”.
Mi carne con más grasa de la deseada y mi arroz un poco quemado.
Café no incluido. Lo pedí extra , chico.
Solo gran tazón. No hay tacitas. Me trajeron un termo, azúcar, endulzante y un tarro mediano de Nescafé.
Me invade una curiosa sensación de estar en un espacio de onírica igualdad humana . Igual break e igual comer para todos.
Solo conversas, risas, sorbeteos, silencios, miradas, más risas, ruido de platos , de cucharas , de vasos.
No hay jerarquía. No hay subalternos.
Somos todos descansantes y almorzadores exactamente iguales.
Es elemental.
Esa sensación de utopía escenificada fugaz me excitó.
Utopía porque si bien no había vestones ni corbatas no estaban tampoco los que las visten característicamente.
Fugaz porque tras finalizar el café me levanté a pagar el consumo elemental.
Regresé caminando.
Fin del break.