Afuera, tras la ventana, brilla el sol.
Las hojas de los arboles de mi patio reciben y me muestran la brisa.
Cruzan fugaces en ese cuadro pequeños pájaros;
cercano un colibrí exhibe su destreza y más allá
un grupo ese cinco pequeñas tórtolas pasean sin temor
sobre las piedras del sendero del jardín.
Al interior de la casa,
sentado en el extremo mullido del sillón,
escuchando a la Callas en Un bel di vedremo,
observo proyectado en los vidrios,
ese mínimo rincón del planeta en el que habito
y simultáneo en mi corazón
la emoción de mi ser en este momento azaroso .
Mas allá de estos limites visibles
la pandemia hace estragos silenciosamente.
Imagino bombas destrozando contingentes de embriagados insurrectos en los callejones aledaños.
Yo, reposado, me siento a salvo.
Mi vista fija en una foto de hace mas de 40 años que recién me ha llegado.
Mi sentir es el de entonces.
Las escenas que invisibles se proyectan en el espacio en que estoy
y que nadie mas puede ver
son las de ayer y son las que me hicieron feliz.
Se adhirieron, como capa cornea a mi y está aún en lo que ahora soy.
Tengo ganas de abrazar.
Siento ganas de besar.