-1-
Hay
tanta sabiduría en el actuar de la naturaleza y tanto ignorar en nuestras
mentes.
Estas son algas,
flores y plantas del mar, que el mar ha expulsado de sus profundidades.
O
quizá fueron ellas las que - incorporadas efectivamente al universo - se desaferraron y se
entregaron a las corrientes para salir y fenecer en la playa.
-2-
De
frente a las olas y a la imagen de inmensidad imponente del mar,
con la tenue luz en banda que se configuraba al final de la mirada,
intento extraer
desde la línea que marca precisa el límite entre el cielo y el agua,
lo que para
mí están diciendo. . . :
- el
mar con su sonido grave , constante y cadencioso,
- las
olas y el viento que las forma,
- la
arenilla que se deja arrastrar a trechos largos,
- las
algas cansadas y moribundas que se asolean relajadas,
- los
chanchitos ocultos bajo los hoyitos crateriformes al borde mismo del agua
recién retraída,
- los
pilpilenes arrancando rápidos de la olas
acabadas que interrumpen cíclicamente su recolección de comida viva
- la
espuma burbujeante de la ola muerta que
desaparece succionada por la arenosa base
y
- la
brisa que choca en mi cara y revuelve mi pelo y me advierte de su fuerza.
Son
cientos, miles, las respuestas que me
llegan como chispas cortocircuitadas.
- Miles
las imágenes entrecortadas.
- Miles
los colores del agua marina crispada.
- Miles
las varianzas en centésimas del frescor del aire.
- Miles
las sensaciones de quietud.
- Miles
las ganas que nacen.
- Miles
las inspiraciones. Miles las emociones. Miles los sentires.
Allá,
al final,
detrás de esa horizontal tan recta y alcanzable jamás,
está quien –
creo en mi incordura - responde mis interrogantes.
Me
siento frente a esa ilusión de infinito y espero que lleguen a mí
las respuestas
encriptadas que ordenaran para bien mi vida.
Cultivando
el escuchar a través de todos los sentidos
veo como llegan a borbotones los
estímulos,las pistas,
las directrices convertidas en luces, en soplos, en
frescores, en colores, en sonidos.
Chispas
abstractas de ideas deshilvanadas explosionan como furiosas olas rompientes aquí
en mi mente.
Fundida
toda esa esta información se alinea
correcta y naturalmente el pensamiento con mi alma.
Reparo
en como en mi andar cotidiano, apurado y desconcentrado
ignoro, desconozco, no escucho y no siento …
las voces
del entorno que me envuelve y que parecieran querer opinarme cariñosas.
Observar
frente al mar se transforma de pronto en un observarme a mi mismo.
Imagino
que desde un punto mínimo de ese final horizontal que enfoco
estoy yo mismo mirando hacia la
orilla de la playa. Mirándome.
Imperceptiblemente,
tras olas y olas que se agotan a mis pies y cuando los graznidos de las
gaviotas se apagan con el sonido aletargante del viento
y cuando la
brisa consigue amoldarse completamente a la forma de mi cara y la percibo ya solo
como temperatura…
Aparece
desde el fondo, ante mí, dentro de mí, el
concepto del existir,
sensacionalmente entendible.
Se
establece una mezcla entre las interrogantes que me brotan y las respuestas recibidas desde mi propia percepción de mañana.
Se
amalgama lo que soy con lo que debo y quiero ser.
-3-
Nadaba
ya exhausto hacia la playa que veía o quería ver cercana.
Ya no podía dar una brazada más por lo que esperaba que una ola furiosa, brava,
me envolviese y me arrastrara veloz y me
varara cuanto antes en la arena.
Mi
barco había zozobrado a pocas millas de alli hacía algunas horas.
Quedó a la deriva y sin
tripulantes.
Este
había sido un viaje en el que el trazado de rumbo me consideraba solo.
Antes,
mucho antes se fueron desembarcando y mudando a sus propias embarcaciones
mis tripulantes cuando ya calificaron como
timoneles y navegan ahora sus primeros mares, escogidos razonablemente más
calmos y más cercanos a las costas.
Mi
compañera de viaje,
timonel experta en tempestades y madre de las marineras tripulantes
ya desembarcadas accedió se hiciera este zarpe solo porque entendía desde hacía mucho que yo necesitaba enfrentarme a los monstruos de los
mares de mis sueños para librar una batalla procrastinada por años.
En
ese campo de contienda debería yo vencer o
morir en el intento por atisbar la
esencia de mi ser y aceptar y entender el
motivo fundamental de mi terrenal estadía.
Después
de ello sería posible recién entregarme en
plenitud a vivir.
Debía
entonces pese al deterioro físico sufrido por el naufragio y la angustia por la
nueva y desconocida condición, ir al encuentro desafiante de los monstruos que
se suponía además se ocultaban expresamente intimidantes en esta isla que es además mi
isla permanentemente orientadora.
Debía enfrentarlos y debía vencerlos.
Descansé
- porque era imperioso - gran parte del resto del día en la blanca y cálida arena
de esa playa. Me deje acariciar por los rayos de sol hasta quedarme dormido placido y relajado.
Soñé.
Desperté
cuando el sol mostraba menos de la mitad
de su circunferencia en la recta línea del horizonte y los arreboles le
otorgaban un ambiente mágico a ese cuadro del fondo.
Me
levante y gire dejando el sol a mis espaldas para inspirar un “vamos” necesario
y adentrarme en el follaje que delimitaba la playa.
No
sentía miedo. Siempre supe que llegaría el día en que me enfrentaría a los
protagonistas de mis pesadillas y siempre había tenido íntima fe en que cuando llegara ese día, los vencería. Sin embargo pese a ello tenía la angustia por no saber cómo físicamente serian mis
enemigos ni que estrategias intelectuales usarían en mi contra y por ende que
armas exactamente debería yo preparar inteligentemente para vencerlos.
Con
la valentía que te dan los años por considerar que ya no tienes mucho que
perder
se proyectó en mí la actitud vencedora con la que me adentré en esa
frondosidad desconocida.
Sorteé los primeros escollos de ramas y hojas gigantes y raíces aéreas enredadas hasta
llegar a un semiclaro parcialmente iluminado aun por la claridad residual de la
tarde que se extinguía.
Parado
casi al centro de ese espacio,
rodeado completamente por la jungla sentí de
pronto que estaba preso,
atrapado por la naturaleza salvaje que sin tocarme
siquiera me había aislado.
El silencio era total.
No sentía ni el ruido del mar
que había dejado hacía poco rato
ni el viento de la playa
ni los graznidos de
los cormoranes
ni crujidos de ramas ni nada.
Solo silencio infinito.
Me
senté.
Necesitaba darle tiempo a los acontecimientos.
Intuía que no debía
adentrarme más.
Que era exactamente hasta allí donde debía llegar y en donde se
desarrollaría la batalla final.
Debía esperar su llegada.
Y
allí estaba. Entregado total a esa realidad y al acontecer.
Esperando ansioso aparecieran
aquellos seres irreales y abstractos que han dado a mi navegar un permanente rumbo serpiginoso y que toman con
indeseada frecuencia el timón de mi barca y la alejan siempre de la
civilización que me reclama y a la que por
largos periodos manifiesto no querer regresar.
Se
hizo la noche. Era tal mi motivación que no dimensione el tiempo ocupado y
relajado pero expectante y energético seguí
en esa posición meditativa a la espera se presentaran ante mi quienes yo
esperaba lo hicieran.
Creo
que dormité.
Creo que soñé.
Un ruido
blanco me desconecto y me hizo abrir los
ojos.
Ya no estaba ni en el claro imaginado esperando, no estaba en la isla, ni
en el barco zozobrado ni en el final del
mar mirándome.
Volvia a
estar en la playa enfrentado meditivamente al infinito.
Recupero los
sonidos mundanos y siento frio en mi cara y en mi cuerpo.
La inmovilidad me ha
hecho bajar la temperatura y tirito. Sin embargo me abriga la quietud de saberme reorientado.
El aire inspirado
sobredistiende mis pulmones y luego se va en un exhalar largo y mantenido.
Concluye
asi una nueva conversación conmigo mismo.
Me incorporo
y sacudo la arena de la ropa.
Me vuelvo y
camino de regreso a la guarida.
Me voy
pensando.
Son las algas
las que han salido a exponerse al sol como final de su camino marino.
No es el
mar quien las ha expulsado.
Es la playa
quien las recibe y guarda y es el sol del mediodía quien las deshidrata amoroso
para convertirlas en fibras multicolores de alfombras de playa.
Fin