Escucho, parcialmente
ensordecido por el sonido potente del mar de fondo,
una invitación
susurrada, venida en olas, clara y seductora.
Deja de correr! Deja!
Es solo un momento! Detente! Siéntate!
Frente
a la inmensidad del mar una banca solitaria, limpia, amplia me espera. Lo se.
Me siento a contemplar la inmensidad.
Atrás , a espaldas, queda
todo.
Todo.
Los autos, los relojes, los
compromisos, la gente caminando, los conocidos y los desconocidos, los
horarios, los apuros, las cuentas, las llamadas, las respuestas mundanas, la
bulla, los gritos, la música que no escuchamos, las luces, las sombras que no
creamos, nuestra propia sombra.
Desechados tras nuestro cuerpo, las
vergüenzas, las inhibiciones, los prejuicios, los imposibles, las dificultades,
los escollos, las esperas, las mentiras,
las justificaciones.
Todo lo que pueda dejar. Todo lo
que queramos dejar. Atrás.
Al
frente, el Todo, callado, esperando quizá que nos demos cuenta de su inevitable
preponderancia.
Aceptada ya la imaginada
invitación, me siento frente al mar, frente al horizonte, frente al
inimaginable más allá, frente a la
inmensidad …… a contemplar. Me entrego a ese
momento íntimo de reflexión.
El viento ha formado frente a mí,
casi al borde del mar, una blanca ola espumosa
a la que ha llevado a estrellarse graciosamente
contra una tozuda roca gris inmóvil inoportuna tras lo cual se ha desintegrado
en millones de gotas que se han incorporado a la brisa resultante y llegan así a mi cara, como una cariñosa bofetada fresca,
húmeda y estimulante.
La permanente intensidad del
viento en la cara hace perceptible la
acción de respirar que disfruto.
Voy siguiendo el recorrido del aire
inspirado hasta su último
posicionamiento celular. Se constituye entonces en un mantra la respiración y
en un placer su iterar.
El mar, el inmenso mar. La
certeza de un Yo tan pequeño frente a él.
El mar. El inmenso mar. El
horizonte final que sé que no es tal.
Que sigue más allá. Más allá de lo que ahora yo puedo ver.
Mi vida allí. Mi ser. La emoción de ser.
Se empiezan a confundir
excitantemente los conceptos.
Siento también que es más y mucho más mi ser de lo que se puede ver. Es
mucho más de lo que muestro ser. Es mucho más de lo que puedo ser.
Mi ser y el mar y su infinita
extensión. Y luego, tras un silencio en el pensar, un más profundo sentir.
Es mi ser mayor en su extensión
que el mismísimo mar. Más allá puedo yo llegar que lo puramente material y
visible.
Es mi horizonte no horizontal. Es
cuatridimensional.
Me nace una certeza y una
sensación de plenitud, de grandiosidad.
Y miro en actitud de “ausencia
epileptoide” el final de la imagen de
mar.
La ola espumosa queda prácticamente a mi detrás y en ese infinito
logrado incorpóreo yo frente al concepto del ser y del querer.
Yo frente a la visión de inmensidad
en un tratar de entender psicótico que esta allí mi propio ser contenido en un
no espacio compuesto además por infinitas otras inmensidades que me atraviesan
y me tocan o no me tocan y me constituyen o me ignoran.
El resumen básico volcado en la
emoción de propiedad: Yo, integrante del este infinito universo soy, ante y para
él, tan importante como yo ahora soy capaz de declarar. Según ello orientare
mis sentidos y mi búsqueda y mi andar.
Como si hubiese sido solo un ictus vuelve entrecortado mi pensamiento a la realidad. Realidad que se trata de imponer a la ensoñación; que
quiere recuperarme en la razón.
Mi cuerpo sentado frente al mar. [gca1] Reaparece la ola espumosa; la roca
rompiente.
El tiempo se ha agotado y yo su esclavo obediente nuevamente protagonista.
Infausto lucho por recuperar la
humedad del mar para respirar y rellevar a mi corporalidad esa sensación de
inmensidad recién perdida. Desde allí sé puedo extraer los secretos para
encontrar el verdadero sendero a recorrer en lo que me resta del camino
terrenal.
Escribo a partir de la imagen que
me llega y en eso quiero plasmar la
comunión entre lo que se ve, se siente y se puede expresar.
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