
Recuerdo que hace años
alguien me vino a contar
que había visto llorar a papá.
A mi padre. Mi progenitor. Mi guía. Mi protector.
Recuerdo me dolió el alma imaginar la situación
y que sentí ganas de correr para abrazarlo
y decirle que jamas estuvo en mi ser el hacerle sufrir.
Decirle “papá perdóname pero lo que dije no lo quise decir”.
“Papá perdóname y por favor olvídalo ya”.
Y lo hice..
Descubrí entonces en su rostro que efectivamente había dolor;
supe que sintió que lo ofendí en su corazón.
Instuí que quizá no fue tanto el texto (que es sujeto de reinterpretacion)
sino la forma en que le hablé y en el contexto en el que se escuchó.
Pero no me dijo nada. Ni entonces ni después.
Solo supe, porque me contaron, que al irme yo
lloró.
Y fui.
Y lo abracé sin decirle nada.
Solo lo abracé y lo besé
y el, en silencio, lo permitió.
Desde entonces jamas he vuelto a repetir el descuido aquel.
Desde entonces, cada vez, lo busco para que sepa de mi querer
que quiere enterrar el día ese en que me equivoqué.
Desde entonces
a quien me fue a contar que lo vio llorar
solo le puedo agradecer.
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